domingo, 18 de abril de 2010

Mujer en París

Casi nunca, conmigo, solitaria, movías la cabeza
Rechazando el crepúsculo. No siempre mirabas
La fiesta del otoño y la pereza gris bajo los puentes
Teniéndome a tu lado. Casi nunca,
Conmigo, en invierno recorrimos los parques
Con estatuas y hojas y fuentes incansables. No siempre
Te tenía mirando con mis ojos las torres solitarias
Que surgen debajo de la niebla. Casi nunca
Íbamos a caminar a los mercados, ni a romper
La quietud de los vinos yacentes. No siempre
Compartías mi noche con tu noche. Sin embargo
De entonces, sí de entonces, hay hermosos recuerdos…

Mario Hernández Aguirre

lunes, 5 de abril de 2010

La primera mañana después...

Es como si hubiera presionado el botón "pausa" y al fin ahora me decidiera (ya casi) a presionarlo de nuevo y poder "play" de nuevo mi vida. Algo así como si se me hubiera olvidado que estaba en pausa y me hubiera quedado dormida, tan profundamente que de pronto me olvidé de lo que era "play". Durante mi sueño, era como si me moviera, era como si hablara, era como si comiera, bebiera, riera, llorara, me enojara, era como si algo me doliera, como si algo me entorpeciera, era como una nota desafinada que no termina nunca de sonar. Tanto, tanto, que hasta dejé de oírla.

Dejé de escuchar y dejé de hablar. En el silencio letárgico y lleno de cosas que no se admiten, perdí a la vez  la vista. Las imágenes quedaron paralizadas, acorbadadas por el rechazo. Y de nuevo me dormí. Al siguiente amanecer el recuerdo ya no estaba. No vi tampoco los indicios de la noche anterior. Sólo el cuarto desordenado, caliente y gris.

Me levanto y atraviezo el humo, porque así se siente el aire tan denso que prácticamente se parte cuando me dirijo al baño. El espejo está nublado también. Mejor, asi no hay reflejo y puedo ignorar mi cara gris y sin brillo. Cara de madrugada tras una noche larga. Sin embargo no salí, ni recuerdo la última vez que me fui de fiestas. A pesar de eso todas las mañanas parece como si amaneciera de goma. Aunque no veo a nadie en el espejo, igual me saco la lengua, una lengua gris también, como todo a mi alrededor. Es entonces que reparo en que la luz sigue apagada. Ya salió el sol, claro, pero hace tanto tiempo que no me percato de él que ya no me saluda.

Hubo un tiempo, un tiempo que parece tan lejano, otra vida, otra persona quizás.... pero hubo un tiempo en que me levantaba a saludarlo. Celebraba cantando su aparición y llamaba a mis hijas sonriendo, juntas le cantabamos al Sol. Si... hubo un tiempo así.

Entonces creía en la magia. No es que ya no crea, simplemente ahora ya ni se me ocurre pensar en ella. Simplemente es una palabra que olvidé tanto no la usé. Velas de colores, encantamientos, e inciensos... poco a poco su recuerdo penetra en la niebla de mi mente. Si, creí en la magia, así como creí en el amor.

Mi reacción inmediata es sacudirme la superstición; al final, para mi, ambos conceptos vienen de la mitología... de las fantasías en las cuales algún día creí. Me salva el enojo, enojo contra mi misma por haber creído y por esta debilidad que podría llegar a suavizarme.

Me siento consternada por mi estado de ánimo y por mi voluntad de castigarme. La sensación me impacta con fuerza y de pronto un rayo de luz penetra la neblina de mi corazón roto.

No todo está perdido...