martes, 22 de septiembre de 2009

Ironías abandonadas (de la serie cuentos cortos)

Luz está enamorada de sí misma.
Todos los días al despertar mira al espejo y se dice a si misma lo hermosa que es, lo plena que se siente, lo bien que están las cosas en el mundo. Entonces, se ajusta un rizo rubio, se sonríe seductoramente y se lanza a enfrentar la vida.

En su trabajo no hay ninguna duda de que tienen suerte de contar con ella, por lo mucho que entrega a su labor, y porque de hecho es una mujer brillante, física e intelectualmente. Más de una vez ha tenido la oportunidad de compartir sus ideas y conocimientos con otros, menos afortunados en cuestiones de cultura y de educación, y ha visto en sus ojos encenderse la luz, la misma luz de su nombre.

Se pregunta entonces si todo no habrá estado predestinado, y se lo pregunta porque al final ella siempre supo apreciar la ironía en la vida, y la ironía de ser una mujer perfecta que vive una vida perfecta pero de mentiras no se le escapa ni un momento. Sobre todo que -en su caso particular- la ironía tiene nombre y apellido: Darío Cuestas, su marido.

Darío y su mirada oscura, Darío en tanto su opuesto y a la vez su gemelo. Darío por quien ella lo abandonó todo para seguirlo en su aventura, un empleo que la hacía feliz, su hermana, depositario infinito de secretos, su amiga íntima y la luz de la casa de sus padres.

Otra ironía era vivir tantos años en este pueblito de provincia, cuando venía de la Gran Ciudad, donde hasta el sol brilla diferente, donde hay conciertos y teatro, y parques y avenidas, y gente multicolor que corre a prisa por las calles. Ironía el que aquí en este pinche pueblo, tan repleto de soledad, hubiera descubierto su fertilidad.

Pero de todas las ironías, aquella que realmente le marcaba, era que Darío ya no la amaba. Que había dejado de desearle, que se habían acabado los besos y la complicidad, y que un día, de repente, la había dejado. ¡A ella! Cuando a ella, simplemente, no se le dejaba…

Hermosa, inteligente, divertida, “esto” era algo que no tenía que ocurrirle, jamás.
Y la ironía que superaba a todas las demás era que ella había aceptado su papel de mujer abandonada. Había llorado y sufrido, y se había auto-flagelado, como nunca se lo admitiría ni a las amigas ni al mismo Darío. Había gritado desesperada, había deseado golpearlo, a ver si lograba despertarlo a él, ya que ella parecía no salir de la pesadilla. Hasta que al fin, después de mucha lucha, al fin lo había aceptado.

“Esto” había sucedido. Era un hecho concreto que no sólo le ocurría esto a las demás. Darío la había dejado. Tanto así que se evidenciaba día con día en la mitad de la habitación que persistía en su vacío, en su frío, en su ausencia. Ninguna cantidad de hechizos lograron llenarla de nuevo.

El tren silba y truena, interrumpiendo a Luz en su monologo interno. Entonces, empujando cajas y maletas, y abrazando a su hijo contra su generoso pecho, entra al vagón gris y se instala junto a la ventana.

Mira por última vez a este pueblo que deja para siempre. Silente, le agradece por sus vastos dones, amigos y sabidurías ganadas, y cuanta dulzura ahí vivió. Con aliento renovado vence las lágrimas y recuerda su destino. Adormitada por el tren sueña con volver, finalmente, a los secretos de su hermana, a los brazos de su amiga, y a la luz de la casa de sus padres…

2 comentarios:

  1. Lloro, lloro y se me llenan los ojos humedos de historias pasadas y presentes, el tren no para....para mi ni para mi hijo q hasta q el tenga su propia decision seguira mi tren....dario quedo atras....solo recuerdos q hoy son dolorosos, espero q mañana sean iluminados.....tqm, gracias por compartir mi intensidad....

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  2. Gracias Hermana Luz por aprobar que contara tu historia. Te quiero.

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