domingo, 8 de noviembre de 2009

Amor y compromiso

Mucho se habla sobre el proverbial "miedo al compromiso" que experimentan los hombres. A mi me parece que se habla poco del mismo temor cuando es la mujer que lo siente. Sin embargo estamos todos de acuerdo en que quiere cojones comprometerse con una persona a dedicar nuestras energías a cultivar un vínculo. Porque eso cuesta trabajo, porque además esto nos amarra, nos entrelaza, nos une poderosamente. Y no es la unión el problema, el problema es que demasiado a menudo, nos despertamos un buen día con mayor sobriedad de lo acostumbrado, y comprendemos, con un sobresalto y un nudo en la garganta, que no conocemos a la persona que duerme a nuestro lado, y que quizás no queremos, después de todo, dedicar el resto de nuestros días a hacerle feliz...

No tiene nada de malo, se llama autenticidad. Se llama respeto por uno mismo y por el otro. Se llama ir en búsqueda de la felicidad, tanto lo que nos llevó a los brazos de una persona como lo que nos aleja de los mismos, es perfectamente válido y además una bendición. Conocerse a si mismo por medio de nuestras relaciones es una gran escuela, de cada encuentro se sale educado y fortalecido, aun si parece al principio que estamos más vulnerables que nunca. Si estamos dispuestos, de cada golpe podemos sacar mucha sabiduría, así que al final, todo es en beneficio de todos los involucrados.

Pero como discutíamos hace unos días con unos amigos - sentados en la grama, en un jardín secreto, escondido entre murallas de bambú y humos de incienso - la sociedad ha sido muy permisiva con las mujeres. Hablo del manejo de las emociones. Al mismo tiempo que ha sido rígida y dura con los hombres: "Los hombres no lloran" siendo el ejemplo más claro de lo que avanzo, con las mujeres ha sido lo opuesto. Les hemos permitido cualquiera y todo exhibicionismo emocional: gritos iracundos, aullidos de terror, llantos descontrolados, e incluso violencia: cachetadas, insultos vociferados, objetos rotos, etc.

Las mujeres creímos que nos aprovechabamos de la buena paciencia de los hombres ventilando nuestra histeria descontrolada, mientras ellos nos llevaban al límite de nuestra razón con su frío y distante autocontrol. ¡Malditos sean los estereotipos que castran a nuestros hombres y no les permiten la catarsis de su dolor! ¡Malditos sean por llevar a las mujeres a la locura! Por cegarlas a la auto disciplina, por permitirles crear y perfeccionar hábitos de psicopata que le impiden manejarse mejor, con mayor cordura, coherencia y fuerza en un mundo que de por sí ya la tiene en desventaja!

Y ya escucho a todos los expertos y a todas las expertas, que agitan en el aire sus conocimientos y su profesionalismo y me acusan de falta de respeto al feminismo y a la equidad de género. Me importa un comino ser políticamente correcta, aunque lamento ofender vuestras sensiblidades. Hablo lo que es. He crecido escuchando a mi madre perder el control por cualquier cosa, he vivido como una tragedia cuanta dificultad me ha jugado la vida y he visto a muchísimas mujeres descontrolarse cuando les viene la regla, cuando pierden al novio, cuando la jefa les irrita, cuando un carro se les atraviesa en la calle, cuando ven un ratón, una cucaracha o a la ex novia del marido... Seamos honestas y aceptemos que hemos sido irresponsables, que hemos sido víctimas de nosotras mismas, de nuestra falta de distancia con la vida, por estar siempre ciegas de expectativas asumiendo lo que no es.

Además, lo mismo aplica para los hombres, que nos acusan de locas, enfermas, dramáticas, gritonas, celosas, posesivas, masoquistas, manipuladoras y quien sabe cuanta cosa más mientras se han deslizado confortablemente en los roles de infieles, mentirosos, escapistas, fríos, celosos, posesivos, sádicos, manipuladores y quien sabe cuantos demonios más podamos invocarles. ¿Quien quisiera comprometerse con ustedes, caballeros? Y ¿Quienes con las adoloridas y muy dolorosas damas que he descrito hoy?

Ya es hora de reconocernos a todos en el punto medio, en aquel lugar en el que todos somos iguales, llenos de heridas, de dolores,temores, individualidades lastimeras que nos reunen en un miedo común. Por eso no queremos abrirnos, ni entregarnos más allá de un momento. Porque tengo miedo de mostrarte donde me duele. Y porque tu no te atreves a mirar tu propio dolor. Estamos condenados a temernos, a desconfiar, y por lo tanto a seguir lastimándonos. Y se perpetúa la barrera al amor.

Yo creo que es urgente transformarnos, como orugas, crisálidas y al final mariposas. Creo que debemos empezar por vernos honestamente a nosotros mismos, y ahi trabajar lo que más horror nos cause, ir a lo más profundo de la verguenza y del dolor para sanarnos con amor para nosotros mismos. Por que es amándonos que aprendemos a amar. Y parece mentira lo que se nos dificulta. A veces, cuando estoy segura que nadie puede verme, me hablo a mi misma y me susurro palabras de amor. Me sorprendo solita, me sonrojo, dudo, me emociono, y acabo por sucumbir atolondrada por tanta dulzura, por tanto amor.

Quiero ir más allá del paradigma que nos imponen. No quiero rendirme ante los patrones negativos heredados, aprendidos, y repetidos tanto que ni los noto cuando se desatan. ¡No! Ya no más dramas en mis relaciones, no más rencores y sobretodo, no más expectativas. Más fé en mi misma y en mi capacidad de amarme con las mismas ganas con lo que hago todo aquello en lo que creo; y así, generando confianza en mi camino, y en las cosas que son siempre como son y no de otra manera, aceptando yo me abro, serena, porque al renunciar a todo el universo se manifiesta, y sus maravillas ilimitadas laten en frente de mí. Ahora todo descansa en mi capacidad o voluntad para ir a alcanzarlas.

Si mis miedos me vencen, sólo las veré pasar. Manipularé mi percepción para encontrarle faltas, defectos e imperfecciones, y dejaré que pasen y se alejen de mí. Si las condiciones son propicias sin embargo, estiraré tímidamente una mano para probar un poco lo que se siente estar ausente de miedo, vencer mis dudas y simplemente exponerme. Decir "esta soy" y ver de ahi lo que venga. Pero sin asignarle un valor para medir mi éxito en la hazaña, sino aceptando que el presente es mi premio eterno y constante, y mi responsabilidad el saber cuando dar y cuando recibir, cuando soltar, y cuando contener; y saber nunca ser más generosa con otros que conmigo misma, para nunca servir otro interés que el de mi naturaleza más íntima, más pura, más inocente y más alta. La que me guía amorosamente hacia la luz.

Ojalá en esta libertad haya equidad de género, para que nos encontremos pronto por ahi, cuando sueltes tus barreras y quieras mostrate frente a mí... Yo estaré aquí con la mente, los ojos y los brazos abiertos para ti.

2 comentarios:

  1. Me gusto este post por que es un tema muy poco comentado siempre..

    Perdón por mi ausencia..

    Un abrazo
    Saludos fraternos..

    Que tengas un buen comienza de semana..

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